Jaime Correa Domínguez. Octubre de 2025
Se trata de Rosa, de 61 años, soltera, con una hija. De carácter reservado y algo temerosa, trabajó durante treintaicinco años como administrativa en una empresa de manufacturas, de la cual se jubiló hace aproximadamente un año. Vive con su hija en la comuna de Santiago. “Siempre he sido ansiosa, desde chica”, relata. Cuando niña presentaba ansiedad de separación, timidez, dificultades para quedarse en casa de amigas y más tarde ansiedad frente a las presentaciones en su curso. Esa predisposición ansiosa la acompañó toda la vida, y reapareció con fuerza cuando, al asumir nuevas responsabilidades laborales, su médico de familia le recetó alprazolam para sus “nervios”.
Al tomarlo por vez primera notó una sensación que le agradó, similar a la que había sentido con un par de copas de vino tinto, aunque no era una bebedora habitual. Sus preocupaciones se disipaban y nada parecía tan urgente. Ya no le angustiaban las reuniones con su jefe ni otras actividades sociales. El efecto le duraba algunas horas, así que lo tomaba por las mañanas, después de almuerzo y en la noche para conciliar el sueño. Durante años mantuvo la misma dosis, aunque dependía cada vez más de ella para funcionar con normalidad. A lo largo de dos décadas continuó con este consumo sin supervisión médica continua.
Durante los años siguientes mantuvo el mismo empleo, con un estilo de vida estable y pocas actividades fuera del trabajo. No refería otros consumos ni trastornos psiquiátricos graves, salvo este uso sostenido de alprazolam. No problematizó su consumo hasta después de jubilarse, cuando me consultó por síntomas depresivos vinculados a la pérdida de su rutina laboral. La jubilación implicó para ella una pérdida del ritmo cotidiano y del sentido de utilidad que le daba el trabajo. Dormía mal, olvidaba cosas simples y sentía un nerviosismo persistente cuando pasaban muchas horas sin su dosis. Cada vez que intentó suspenderla, su ansiedad se disparó y el insomnio se volvió insoportable. Le angustiaba mucho el tener que depender de un fármaco, temía los síntomas de abstinencia si se quedaba sin la medicación y se sentía “una drogadicta”.
Las benzodiacepinas como el clonazepam, clotiazepam y alprazolam —entre otras, casi todas terminadas en -am— han sido durante décadas psicofármacos incomparables para aliviar la ansiedad en pocos minutos. También se han utilizado ampliamente para tratar el insomnio, junto con los llamados fármacos Z, inductores del sueño como el zolpidem, zopiclona y eszopiclona. Todos actúan sobre el receptor GABA en el cerebro. Sin embargo, su uso prolongado puede convertirse en una trampa silenciosa, o incluso en una adicción. El cerebro se adapta, se vuelve resistente a su efecto y poco a poco, el medicamento deja de ofrecer el alivio que alguna vez prometió. Dejarlo, entonces, no siempre es sencillo.
Las personas sin temor a la dependencia de fármacos o drogas, con personalidades ansioso-dependientes o que provienen de familias con “cultura” de uso de estos fármacos suelen ser más propensas a tomarlos por años.
Muchas personas experimentan síntomas intensos —angustia, cansancio, dificultad para concentrarse, hipersensibilidad al ruido o a la luz— incluso mucho después de haber dejado el medicamento. Hoy sabemos que esto puede deberse a un fenómeno de adaptación neurológica conocido como disfunción neurológica inducida por benzodiacepinas (BIND, por sus siglas en inglés, término reciente, aún en estudio). Superar este cuadro requiere paciencia, acompañamiento clínico y, sobre todo, validación. Nadie debería sentirse juzgado por depender de un fármaco que alguna vez fue indicado con la mejor de las intenciones.
En los últimos años, distintas guías clínicas y revisiones internacionales han subrayado la importancia de abordar la deprescripción de benzodiacepinas desde un enfoque colaborativo y centrado en el paciente. La entrevista motivacional ha demostrado ser especialmente útil para acompañar estos procesos, ya que permite explorar la ambivalencia del paciente, fortalecer su sentido de autoeficacia y sostener el vínculo terapéutico sin recurrir a la confrontación. El objetivo no es imponer la retirada, sino construir junto al paciente una decisión informada, flexible y guiada por sus propios síntomas y valores.
Este cambio de paradigma también ha permitido comprender mejor los fenómenos asociados a la retirada, entre ellos la disfunción neurológica inducida por benzodiacepinas (BIND), que explica la persistencia de síntomas cognitivos, sensoriales y emocionales incluso después de suspendido el fármaco. Reconocer este cuadro —y validar el malestar que conlleva— evita diagnósticos erróneos y tratamientos innecesarios.
Los protocolos actuales recomiendan reducciones lentas y personalizadas, de entre un 5% y 10% de la dosis cada pocas semanas, ajustadas según la tolerancia y el contexto vital del paciente. La sustitución por benzodiacepinas de vida media más larga —como clonazepam o diazepam— ayuda a evitar picos de abstinencia y favorece una estabilización progresiva. Durante este proceso, el apoyo psicoterapéutico, la educación del paciente y la vigilancia de factores de riesgo, como el insomnio o la ideación suicida, resultan esenciales.
Desde esta perspectiva, la reducción farmacológica no se entiende solo como un acto médico, sino como un trabajo conjunto de reconstrucción de la confianza y la autonomía. Cada avance, por pequeño que sea, representa una oportunidad de recuperar lucidez, agencia y una forma de bienestar menos dependiente del alivio inmediato que estos fármacos prometen.
Con esa comprensión del proceso, iniciamos un plan de reducción. En el caso de Rosa, luego de una entrevista motivacional y con su propia disposición al cambio, decidimos no forzar la retirada, sino realizar una deprescripción planificada. Ella tomaba alprazolam 0,5 mg cuatro veces al día. Se cambió progresivamente a clonazepam, con una breve superposición entre ambos fármacos para facilitar la adaptación, hasta alcanzar una dosis de 1,5 mg al día. Dado que el clonazepam tiene una vida media más larga, los síntomas de abstinencia interdosis fueron menos frecuentes. El descenso fue muy lento, reduciendo pequeñas fracciones de la dosis cada pocas semanas, lo que se conoce como microreducción, o microtaper en inglés. Se usó clonazepam en gotas, tres veces al día, disminuyendo un porcentaje menor por semana. Además, agregué nuevamente sertralina: un antidepresivo del tipo ISRS, que además de ayudar en la depresión tiene efectos ansiolíticos y antiobsesivos, como todos los de su clase. En caso de que no hubieran existido sìntoimas depresivos, se podría haber usado carbamazepina o pregabalina.
Según mi recomendación, acudió a una terapeuta para trabajar en sus miedos irracionales y pensamientos automáticos. También se le sugirió practicar meditación o mindfulness y ejercicios de respiración, aunque no logró hacerlo con mucha constancia. Más adelante recibió un breve apoyo con trazodona para dormir. El proceso fue largo y lento, pero avanzaba, aunque con retrocesos y resistencia al cambio. A los tres meses ya tomaba una menor dosis, dormía mejor y recuperaba confianza en su cuerpo.
La reducción no debe ser una prueba de voluntad, sino un camino compartido. En ese trayecto, el acompañamiento clínico y la validación del malestar son tan importantes como el descenso mismo de la dosis. Disminuir la benzodiacepina no solo libera al organismo; muchas veces también devuelve algo de autonomía, lucidez y confianza que el medicamento había opacado con el tiempo.
Referencias:
Ritvo, A. (2023). Deprescribing benzodiazepines: Clinical strategies and patient support. Institute for Psychopharmacology / Benzodiazepine Information Coalition.
Huff, C. (2023). Benzodiazepine tapering and benzodiazepine-induced neurological dysfunction (BIND). Benzodiazepine Information Coalition.
Ashton, H. (2002). Benzodiazepines: How they work and how to withdraw (The Ashton Manual). Newcastle University.
U.S. Food and Drug Administration. (2020). FDA requires boxed warning updated to improve safe use of benzodiazepine drug class. U.S. Department of Health and Human Services.



